
Cuando Faulkner escribió El Sonido y la Furia asumió el riesgo de comenzar la narración dando voz a Benjy, un enfermo mental cuyo lenguaje hace compleja la lectura de la novela.
Algo similar sucede con la última película del fallecido director polaco Andrzej Zulawski, quien desde la primera escena plantea las reglas de su historia a través del monólogo inicial de Witold, el personaje principal.
Lo que sucederá después, es una cadena de sucesos en donde los personajes pierden el tiempo entre poemas sin acabar, ataques repentinos de euforia o de ira y búsquedas inútiles de significado en objetos o sonidos. Puede decirse que es un cine más expresionista que narrativo, y de naturaleza teatral: pocas locaciones, muchos monólogos, una misma actriz representando dos personajes diferentes y diálogos solemnes.
La música, acentúa el aura conflictiva en la que vive el protagonista y el repetitivo leimotiv se vuelve agobiante y poco efectivo. Por momentos, cobran más importancia los balbuceos, gritos o alaridos de los personajes como evidencia de la decadencia que persigue a la familia y sus inquilinos.
Con influencias de Bresson (director que es mencionado por los personajes) y de Godard, la película recuerda a los filmes más icónicos de la Nueva Ola Francesa con la repetición de planos, los quebrantos intencionales a la narración o el espíritu volátil de sus personajes.
Sin embargo, se agregan subtextos de índole psicológica que no se resuelven a pesar de que se reiteran, como la pobreza y la violencia que aparece en los televisores de los personajes, o los animales junto a la comida: babosas, lombrices, hormigas… señales de la locura de Fuchs y Witold, tal vez.
Pareciera que al juntar todos estos elementos, el director logra transmitir el dominio de la mente sobre el cuerpo, haciendo de Witold alguien poseído por un mal de sí mismo que se agrava por sus relaciones y que se agota en su exageración. En pocas palabras, a pesar de sus quebrantos, el personaje no parece vulnerable sino enfermizo y confundido, todo lo opuesto a los protagonistas del cine clásico hollywoodense con motivaciones fáciles de interpretar.
Por lo anterior, Cosmos es una búsqueda y una adaptación literaria muy personal que inevitablemente genera distancia con los espectadores. Es enigmática y caótica, pero llena de símbolos que la hacen impredecible. Zulawski, como Faulkner, se arriesgó a narrar desde el punto de vista de una persona desequilibrada mentalmente y el resultado es coherente con esta premisa.