
Si en El Lobo de Wall Street el retrato de un estafador adicto a la cocaína implicaba un ritmo narrativo vertiginoso y acelerado, en Silence -una película sobre monjes Jesuitas en 1640- el tempo exigía pausas o atención a los detalles.
Sebastião y Francisco buscan a su mentor, el padre Ferreira, quien presuntamente negó la fe, tomando una esposa y un nombre japonés. Ninguno de los dos cree que el sacerdote haya preferido apostatar a morir como un mártir, por lo que deciden emprender un peligroso viaje a Nagasaki acompañados de Kichijiro, un guía perturbado.
El relato se estructura a partir de epístolas, oraciones y pensamientos de Sebastião, quien por momentos parece ser una encarnación de Jesús: una vida de sacrificio, el peregrinaje, el perdón a Judas (cuya personificación es evidente en la película) y las dudas. Estas dudas son importantes: muestran la tenacidad de la fe cuando es puesta a prueba y permiten que el espectador sienta compasión por el protagonista, uniéndose a su lucha, pero no la evangelizadora, sino la personal.
A estas cuestiones se suman preguntas más grandes, sobre lo espiritual y lo religioso: ¿Son los símbolos más importantes que las ideas? ¿Se es desleal al negar una imagen, aún si la mente todavía la venera? ¿El fin último de un misionero es la consagración de su eternidad, o la vida de los demás? “¿Am I just praying to silence?”.
Visualmente, la película mantiene la tensión y la desgracia. La dirección de fotografía de Rodrigo Prieto armoniza con el diseño de producción –siempre espectacular- del italiano Dante Ferretti. Toda la obra se filmó en Taiwan pero los personajes parecen vivir en Japón, en el siglo XVII. El vestuario, los escenarios y los movimientos de cámara refuerzan el sufrimiento de los protagonistas y el esplendor de la naturaleza.
Es un hecho que Silence es una película que carece de aquellos personajes que hicieron famoso a Scorsese, hace años. En su filmografía reciente, el director toma para cada largometraje una serie de decisiones estéticas independientes que parecen indicar que la vida misma lleva a algunos autores a interesarse por cosas nuevas. Sin embargo, su experiencia de cincuenta años en la dirección de cine sigue siendo notable, por lo que cada una de sus películas debe verse con expectativas diferentes, pero con la certeza de encontrar en cada una de ellas un dominio del lenguaje cinematográfico que nunca decepciona.