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Makala ganó el Nespresso Grand Prize de la Semana de la Crítica de Cannes presidido por Kleber Mendoça en compañía de Hania Mroué, Niels Schneider, Eric Kohn y la colombiana, Diana Bustamante Escobar.

Como el tiempo, las distancias son relativas. Un año separados puede ser demasiado para los enamorados, así como un kilómetro es lejano para un caminante enfermo. En el cine, retardar, descomponer o acelerar una acción altera el significado de una escena, lo que genera efectos diferentes en el espectador. Con rigurosidad, Makala logra transmitir el tiempo y los espacios personales del protagonista: Kabwita, un hombre que vende carbón vegetal en una ciudad poblada del Congo.

Desde el inicio el documental filma el arduo proceso que debe realizar el protagonista: talar el árbol, cortar los leños, cubrirlos con un inmenso fogón de tierra hecho por él mismo, encenderlo y luego desmontarlo para recoger el carbón. Lo que en este texto toma una oración larga, es media hora de película, que muestra el esfuerzo físico que hace Kabwita diariamente.

Cuando termina sus labores y regresa a casa, lo vemos compartir con su hija y su esposa, lo que permite verlo más allá de su oficio, y sentir empatía por sus sueños y deseos de superación. Estas escenas son sensibles e íntimas, de ternura paternal, amor conyugal y proyectos a futuro: una casa nueva, un jardín con muchas plantas, un pozo aledaño…En pocas palabras, una mejor calidad de vida.

Estas circunstancias motivan los sacrificios del protagonista quien deberá separarse de su familia por unos días para vender el carbón en la ciudad. Cincuenta kilómetros lo separan de este destino, en un recorrido que sólo puede hacer arrastrando su bicicleta con pesados bultos. Su travesía es una fábula del esfuerzo pese a la precariedad y el cansancio.

Un factor que diferencia a esta película de muchas otras, es que algunos documentales se esfuerzan por identificar un clímax antes de comenzar a filmar, olvidando que la vida misma los tiene, y que si un cineasta es riguroso al seguir a sus personajes aparecerá frente a él la adversidad. Lo verdaderamente complejo durante esas situaciones problemáticas es: ¿Qué decisión debe tomar un director si su personaje corre peligro o tiene un grave inconveniente? Estos problemas éticos se presentan en esta obra y se resuelven de manera maravillosa y con naturalidad, apelando a la humanidad circundante que se despierta en un momento de dificultad.

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En Makala, los personajes itinerantes ayudan o desafían al protagonista en su recorrido, dándole a Kabwita matices con los que es posible identificarse.

Adicionalmente, el diseño sonoro del documental logra acercar el espectador a la travesía de Kabwita: sus jadeos, su respiración y el sonido de su vieja bicicleta siempre están en primer plano, inclusive cuando la imagen lo muestra lejos, en conversaciones que no ocurren cerca de la cámara. La música enfatiza la emoción del personaje, pero es melodramática y occidentalizada.

El director -Emmanuel Gras- realiza composiciones y movimientos de cámara elaborados, generando imágenes atractivas en las que muestra a otros en la misma situación del protagonista. La cámara es vigilante y al ser instintiva logra capturar miradas o momentos de honestidad del personaje y su familia.

El ritmo de la película lo determina el paso de Kabwita, quien al llegar a la ciudad, enfrenta nuevas dificultades: clientes problemáticos, ofertas miserables y mucha competencia, factores que en vez de desmoralizar al personaje, lo hacen persistir. Por estas características, Makala es una narración conmovedora de la perseverancia y el esfuerzo de un hombre que quiere darle a su familia un futuro mejor.