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Una tarde calurosa de julio, mientras esperaba la llegada de un hombre que amo, comencé a observar las personas que bajaban las escaleras que conducen al tranvía, debajo de la estación San Antonio del metro de Medellín.

Pasa una enfermera hablando por celular. Los tennis, la mochila en un solo hombro.

Pasa el maestro de obra acompañado de dos muchachos que cargan algunas barras de aluminio.

Pasa una anciana con un chococono. Chupa el helado con ganas. De vez en cuando  muerde la galleta tímidamente.

La cantidad de movimientos y transformaciones que percibí en ese intervalo de tiempo me hicieron pensar en la distancia que tienen algunas películas con el contexto que desean representar. Hay un problema con la construcción de los espacios pero no por sus formas, dimensiones y colores sino por su imposibilidad para verse creíbles, habitados.

Una muchedumbre camina en sentidos diferentes, cada uno tiene su ritmo. Pienso en lo que hacen estas personas, en nuestro automatismo como peatones pero también en la capacidad que tenemos para hacer varias cosas mientras caminamos. ¿Por qué en las películas los extras caminan directamente de un punto A a un punto B? Los espacios en la pantalla se aplanan. La coreografía es tan calculada que se ve falsa. La imagen y el sonido han perdido algo de verdad.

Para que un espectador pueda afianzar el pacto ficcional que tiene con una película necesita identificar un universo que sea coherente y creíble…Por lo tanto, si la premisa que guía la propuesta conceptual apunta al realismo, es fundamental construir la naturalidad de los espacios no porque estén llenos de personas sino por la forma como estas personas habitan estos lugares.

Pasa un joven vendiendo dulces en una canasta. “No, gracias” le repiten.

Pasan dos policías, uno codea al otro, en son de reírse juntos.

Pasa la niña y señala al perro callejero que hay delante de ella.

Pasa la adolescente. Tiene el mismo pantalón que viste su madre, van de gancho y miran algunos vendedores ambulantes.

Pasa un hombre cuyo rostro permanece oculto tras una gran cantidad de cartones. Es imposible determinar su edad.

Algunas películas colombianas descuidan mucho a los extras. El favor del amigo, el apoyo incondicional de la tía o de la abuela, la lealtad de un puñado de colegas…todo eso está en el fondo: bailan, comen, caminan, conversan, hacen un aporte entusiasta y desinteresado en el rodaje. Estas personas siempre tienen la voluntad de apoyar mientras que la nuestra es la de narrar.

Soy consciente que hay cierta relación entre el problema y la forma como se producen las películas que se hacen en mi país, pero estoy convencida que no se trata de un asunto que pueda resolverse con una financiación elevada o teniendo más contactos y colaboradores. Se requiere cierta sensibilidad.

El trabajo con los extras comienza en el casting pero se intensifica con las intervenciones del departamento de arte y de dirección. El/la director de arte y el/la vestuarista deberían preguntarse: ¿Cómo se visten las personas que hacen parte de este lugar?, ¿se maquillan?, ¿cómo se peinan?, ¿cómo caracterizarlos para darle más fuerza a la escena? Mientras tanto, el/la director y su asistente deben activar su curiosidad y discutir: ¿Qué historia vamos a contar en este espacio?, ¿qué hacen las personas?, ¿de dónde vienen?, ¿a dónde se dirigen?, ¿cómo habitan este lugar?, ¿cuál es la atmósfera que queremos construir en esta escena?.

Pasan tres extranjeros: una mujer muy crespa, un hombre alto que sostiene una cámara y un joven rubio con una cola de caballo. Los tres: las sandalias. Los tres: insolados.

Pasa la trabajadora del metro. Dice algo por radio-teléfono y se acerca al policía que custodia los torniquetes del tranvía.

Pasa una joven de pelo verde, desenreda sus audífonos, sus botas suenan mucho al caminar.

Pasa el habitante de calle, mira al suelo, revisa las sillas, mira al interior de las canecas.

Pasa un anciano con su bastón, camina despacio, la calle es toda suya.

Durante el rodaje, el director y su asistente podrían construir con sus extras todo un microuniverso. El mundo está lleno de personajes que tienen su propio mundo interior, autónomo, misterioso, subjetivo. 

Toda nuestra concentración se ha volcado hacia los protagonistas porque son los motores de la acción y un medio para comunicarnos directamente con los espectadores. Al hacerlo olvidamos la verdad que se esconde en los espacios y la variedad de oficios que existen. Esto puede minimizar las posibilidades dramáticas que pueden ofrecernos los extras.

Recuerdo a mis amigos médicos, mi amiga odontóloga, mi amigo que practica hapkido, mi amiga durante su trabajo en un preescolar…Pienso en lo que tienen puesto y como sus prendas son capaces de narrar en la quietud, sin necesidad de la acción. ¡Que paradoja! En el rodaje evitamos constantemente los uniformes pero nuestros extras parecen uniformados.

Pasa un joven adulto en silla de ruedas, avanza en línea recta. Tiene el cabello revuelto.

Pasa la chica con su patineta bajo el brazo, se agacha para ponerla en el suelo, se impulsa y rueda.

Pasa un hombre que habla por celular. Gesticula con las manos, habla en voz alta y mira su reloj.

Pasa una mujer cargando una bolsa plástica que se va moviendo a medida que camina. Con su otra mano se protege del sol.

Hay que considerar a los extras como agentes dramáticos que no siempre influyen en las decisiones de los protagonistas pero son muy importantes para construir el universo narrativo de la historia. Debemos compensar el esfuerzo que hacemos porque los espacios se vean fotogénicos considerando que esta inversión se desperdicia si los extras no son creíbles, si aparecen como un grupo de forasteros, como marionetas rígidas, como individuos ficticios, como personas de humo…

Pasa el bebé dentro del coche. Llora por el calor. Sus padres están sudando. 

Pasan dos colegialas que se molestan con un transeúnte que las acosa con la palabra y con la mirada.

El joven sigue dando vueltas con la canasta donde tiene los dulces.

Pasa un hombre arrastrando una carreta llena de aguacates. Pregona sus productos.

La ciudad son estas personas y estas personas son la ciudad.

Pasa una pareja que se ve desorientada, ¿van a la izquierda o a la derecha?

El cine quiere imitar a la vida pero a veces se aparta de lo esencial.

Pasa un vendedor de gafas de sol junto a su hijo, que se está comiendo un bon bon bum. 

Pasa un hombre de ojos verdes fumando un cigarrillo. En la otra mano tiene un vasito tintero que tira a la basura.

La experiencia me dice que cualquiera puede actuar pero no todxs pueden hacerlo para la cámara.

Pasan dos personas con el uniforme de la empresa. El overol verde ha comenzado a desteñirse.

Pasan dos mujeres charlando. Una de ellas bosteza y le contagia el gesto a la otra.

Pasado ese tiempo llega quien esperaba, me busca y se detiene.

El espacio sigue sin nosotros.