Helena es una joven que vive cerca de un río en Colombia. Nacimiento es una película sobre sus últimas semanas de gestación donde los personajes y el paisaje a su alrededor generan una atmósfera de soledad y de respeto por la naturaleza.
La construcción visual y sonora de la obra está más apegada a lo autoral que a lo real, pues las composiciones de la mayoría de planos son más pictóricas que fotográficas y los ambientes sonoros se caracterizan porque los personajes enmudecen para que la naturaleza pueda hablarles.
Este marcado estilo de la dirección también se hace evidente en la construcción de los personajes que a pesar de tener unos fenotipos y unas actuaciones creíbles, tienen personalidades fabricadas y rumbos determinados por los movimientos de cámara o el ritmo del montaje.
Lo que hace que la película sea cautivadora es que a pesar de que los artificios son latentes, la obra no pierde organicidad y se integran bien con la estructura narrativa de la historia, ya que el espacio habitado por Helena y las personas que la rodean es una construcción mental que el espectador puede completar aún sin tener toda la información del contexto o de los personajes.
Por ejemplo, la relación que Helena tiene con su bebé es ambigua o al menos desde las representaciones más clásicas de la mujer gestante. Ella no se acaricia el vientre, no le “habla” a su bebé y en una situación que puede ser peligrosa decide seguir navegando el río. Sus sueños evocan una tragedia que también se intuye a medida que avanza la película. Esta es la ausencia del padre (tanto del padre de Helena como el padre de su hijo).
Los otros personajes forman un grupo aislado del resto del mundo aunque su conexión con la naturaleza sea profunda. Ella es su lugar de esparcimiento, su sustento económico y el medio que les brinda lo que necesitan para vivir. En otras palabras, están en una tierra llena de promesas por la vida que tienen y por la que pronto va a llegar.
En la configuración de este universo es decisiva la dirección de arte, en la que Marcela Gómez Montoya deja su impronta a través de una propuesta que los primeros minutos de la película engaña al espectador haciéndole creer que está viendo un documental. Lo que en La Sirga y en La Tierra y la Sombra comienza a configurarse como una construcción poética del campo es aquí una consolidación de la mirada artística sobre un universo misterioso dominado por la naturaleza.
Este dominio queda demostrado durante el desenlace de la obra, donde (por lo menos en términos visuales) se rompe la soberanía del director y la realidad aparece con total libertad mostrando su crudeza y al mismo tiempo su belleza. Helena deja de ser un personaje, y al dejar de actuar, emerge su fuerza como protagonista.